Ha sucedido tan rápido que la población siria está aún conmocionada, tratando de encontrar una explicación a lo sucedido. Y aún más importante, tratando de saber qué será de sus vidas a partir de ahora. El ejército se esfumó. El mismo régimen de Bachar el Asad, al que le llevó años de combate calle por calle e intensas campañas de bombardeos recuperar el gobierno de gran parte del país, tras la revolución en su contra de marzo de 2011 y el posterior conflicto civil, ha caído en apenas unos días. Este domingo claudicó Damasco, la gran capital, el corazón del poder de los El Asad y la cúpula de gobierno alauí, a salvo, prácticamente, de la embestida rebelde durante estos más de 13 años convulsos. Emad Issa, de 31 años, habla con EL PAÍS desde esta ciudad poco después de la entrada en vigor del primer toque de queda decretado por los rebeldes, a las cinco de la tarde de este domingo. “Por la mañana, la situación no era buena”, dice en un intercambio de mensajes, “pero ahora hay toque de queda; el aeropuerto militar está en llamas por los bombardeos aéreos, y de vez en cuando se oyen las bombas”.
