En una de las ocasiones en que Augusta Britt se dirigió como tenía por costumbre al Desert Inn, un motel de Tucson, Arizona, con intención de utilizar las duchas de la piscina, pues las de la casa de acogida para adolescentes donde estaba obligada a residir por orden judicial no eran un lugar seguro, se cruzó con un individuo cuyo rostro le resultaba familiar. No tardó en reconocerlo. Cada día veía su foto en la solapa del libro que estaba leyendo a la sazón, El guardián del vergel, la primera novela de Cormac McCarthy, entonces un escritor apenas conocido. Cuando regresó al día siguiente, llevaba consigo su ejemplar, confiando en volver a encontrarse con él, como efectivamente sucedió. Nada más verlo, lo abordó. El escritor reaccionó con recelo, pues la chica llevaba un revólver a la cintura. Según confesó en las cartas que le envió después, le pareció inmensamente atractiva. “¿Me vas a disparar?”, le preguntó. “Solo quiero que me firmes el libro”, contestó ella. Corría el año 1976. La lectora tenía 16 años y el escritor 42. McCarthy le preguntó por qué iba armada. “Por necesidad”, respondió ella. El novelista le pidió que le diera más detalles de su vida. Se inició así una relación que duraría casi medio siglo, hasta la muerte del autor a los 89 años. Ninguno de estos detalles es inventado, aunque se mantuvieron en secreto hasta que, siendo ya una mujer de 64 años, Augusta Britt sintió la necesidad de hacer pública la historia.
